En tu visita a San Pedro quiero invitarte a hacer algo especial.
¿Qué te parece si salimos a flotar en pleno Desierto de Atacama?
Cuando te lo sugiero, me miras extrañado, pensando que hago referencia a un globo aerostático o tirarse en benji desde una quebrada. ¡Nada de eso!
Para el vuelo que te estoy sugiriendo ni siquiera hay que elevarse un metro sobre el suelo.
Después de alejarnos 16 kilómetros del pueblo de San Pedro de Atacama, se revela ante nosotros esa maravilla que tanto te quería mostrar: un manchón de aguas azules y esmeralda llamado Laguna Cejar.
Y sin darnos cuenta, la curiosidad mueve rápido nuestros pasos hacia ese cuadro que tenemos por paisaje y que nos invita ser uno con la Cordillera de la Sal y el volcán Licancabur que nos saludan, los cristales de sal que brillan como diamantes y el sol que corona un despejado cielo índigo.
¡Qué maravilla de balneario natural!
Como unos niños, corremos hasta la orilla de la laguna y mojamos nuestros pies en esas increíbles aguas turquesa.
Sin embargo, cuando te propongo avanzar a la parte más profunda de la laguna, el miedo paraliza tus pasos y apesadumbrado me confiesas que no sabes nadar.
–¡Amigo, ése no es problema aquí! – te aseguro mientras incrédulo me observas saltar a las aguas más oscuras y en cosa de segundos salir flotando.
Parece un milagro, pero toda la magia de la que eres testigo se encuentra en las altas concentraciones de sal que dominan la laguna, la que espera paciente que le des una oportunidad.
Tres, dos, uno…¡saltas!
Y como nunca lo habías experimentado antes, te mueves en el agua sin dificultad y flotas como si estuvieras en las nubes que se reflejan desde el cielo.
Con emoción, te diriges a mí y exclamas emocionado en tu primer encuentro con Laguna Cejar:
“¡Mírame, estoy volando!”